A mi personalmente me apasiona.
Una noche, en los Pirineos, salí huyendo del calor del refugio donde íbamos a pasar la noche y del humo que producía la estufa de leña ; necesitaba salir a que me diese el aire...
Eran las 8 de la tarde, en el exterior la oscuridad parecía haberse tragado la montaña, la temperatura descendía rápidamente, me puse mi chaqueta de plumas y desaparecí por la puerta tras un fuerte golpe.
Me alejé unos metros, me volví y por las ventanas del refugio se veían las sombras bailando al compás de la luz de las velas, mientras se podían oír las risas y las conversaciones que a cada paso que daba se iban apagando en la distancia.
A penas me separé del refugio unos cien metros y encontré una roca solitaria que sobresalía del espeso manto blanco, subí a lo más alto y me senté. Tan solo se podía oír el viento susurrando en las copas de los arboles a la vez que de cuando en cuando una ráfaga de aire más fuerte se oía venir como si un tren invisible se dejase caer valle abajo, levantando blancos remolinos que parecían fantasmas en la noche.
Cerré los ojos y levanté la cara para sentir como la nieve me caía encima. Así permanecí durante largo rato, sumido en la oscuridad de la noche. Por un instante me sentí como un intruso, como si todo a mi alrededor me observase. Tal vez el murmullo de los arroyos o el susurro del viento intentaban decirme que todo estaba bien, que era bien recibido, que podía formar parte de ese entorno, como si fuese una pieza más de ese inmenso puzzle. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y me sentí verdaderamente en paz, totalmente integrado en el paisaje. Tras un largo rato, me levante y volví a la calidez del refugio, donde todo seguía igual, con una temperatura exageradamente alta y el humo aun era demasiado denso como para poder respirar con normalidad.
Había vivido una experiencia verdaderamente mística y ese instante quedó grabado en mi interior para el resto de los días.
La nieve nos seduce con sus formas, sus texturas, transforma completamente el paisaje y nos muestra la cara más dura de la naturaleza, pero posiblemente también la más bella.
Algunas de las fotografías que vienen a continuación han sido rescatadas de viejas diapositivas por lo que su calidad no es demasiado buena, pero que he querido incluir en esta colección por su valor sentimental y sus paisajes.
Aquí os dejo con algunas fotografías que dejan bien patente el poder cautivador de este blanco elemento.
Miguel Angel Quereda. "NANUK"
En este inmenso lago helado se podía ver perfectamente como salían a flote los bloques de hielo y el único sonido que se oía era el de el crujir del hielo. Verdaderamente uno se sentía en otro mundo.
Aproximándonos al collado de Delluí, bordeando el lago helado. Poco después, mi amigo Juanma resbalaba por una ladera de nieve, pero pudo parar a tiempo al conseguir clavar el piolet.
Tras pasar la noche al raso, bajo un manto de estrellas, preparamos un café con leche bien caliente y mientras desayunábamos pudimos disfrutar de un increíble amanecer sin tener que salir de nuestros cálidos sacos de dormir. El lugar donde pernoctamos que se encontraba despejado de nieve gracias al abrigo de unos pinos era un tanto reducido, pero a pesar de la inclinación del terreno y de lo estrecho que era, bien mereció la pena poder contemplar este maravilloso espectáculo desde nuestro palco de honor.
Todas estas fotos fueron tomadas en los Pirineos, pero la gran mayoría pertenecen a un viaje que realizamos al Valle de Benasque. El resto son de San Mauricio y una del valle de Ordesa.